jueves, 9 de abril de 2020


Modos de evitar el desamparo
 Silvia Gabriela Vázquez

La doctora Consuelo no ha dejado de hacer guardias en terapia intensiva desde el inicio de la cuarentena. Cada vez que alguien le pregunta (casi en tono de reproche), cómo es posible que una médica no se canse, o insiste en averiguar si no está asustada, ella deja que sea su sonrisa quien responda.  Tal vez porque sí siente cansancio -e incluso un temor que lo supera- pero sabe que quejarse es el primer paso hacia la desesperanza y no está dispuesta a permitir que eso ocurra. De todos modos hay algo que la angustia mucho más que el miedo, el sueño o el dolor de toparse con la muerte disfrazada y con corona rondando por los pasillos de la clínica…
Hace un mes empezó a recordar, con nostalgia, la textura de esa chaqueta de gamuza marrón que su madre usaba cuando ella era pequeña. No se la había visto puesta desde hacía décadas, pero estaba segura de que la guardaba en algún rincón del armario.
Por eso el domingo, cuando se acercó hasta la puerta de su casa para entregarle unas medicinas,  la sorprendió con su inédito pedido.  Tal como había sospechado, doña Amparo conservaba aquella prenda intacta en una percha.
Desde entonces, Consuelo la usa cada noche al llegar a su monoambiente con el frío en los huesos; un frío que no desaparece una vez que ha entrado o encendido la estufa. Sabe que con esa chaqueta no está a la moda, pero algo indescriptible la sostiene apenas roza sus hombros y esa sensación -para alguien que se siente a punto de caer tantas veces al día- bien vale la pena. Sobre todo ahora, que ya lleva más de tres semanas sin abrazos.

domingo, 8 de marzo de 2020


Cuando pintes…

-No te salgas del margen cuando pintes…
Eso decía su abuela en voz muy baja para no despertar aquellas siestas que dormían los hombres de la casa.
Se secaba las manos con cuidado en el delantal viejo de flores amarillas (después de haber lavado la vajilla) e intentaba ayudarla en la tarea.
-No te salgas del margen cuando pintes…
Repetían sus tías entre risas que acallaban cubriéndose la boca para no distraer de sus descansos a quienes, por derecho, reposaban.
Ellas no. ¿Para qué? No trabajaban afuera de esa casa que solían limpiar con tanto esmero en las horas que les dejaban libres los hijos, la comida, las compras y la escuela, el llanto del pequeño, la fiebre del mayor, las camisas planchadas colgadas en sus perchas, ya guardados los útiles por tamaño o color.
Pero Frida no quiso pintar dentro del margen.  Y logró que brotaran alas en sus pinceles, en su espalda y sus manos, para acercar la luna que soñaban sus ojos, sin esperar que nadie la bajara por ella.

viernes, 3 de enero de 2020


El brindis de los abrazos
Cuando dieron las doce no brindó nadie. No porque no hubiera deseos ni ganas de chocar las copas o mirarse a los ojos, sino porque aquel año los había sorprendido una constelación de desilusiones inesperadas, dejándolos sin fuerzas, ni siquiera para elevar los brazos.
Es que un desencanto nunca es pequeño o sin importancia. A la decepción le crecen lágrimas cuando nadie las ve. Y a veces, alas, afortunadamente, para marcharse.
Intuyendo que la mesa se llenaría pronto de teléfonos, nostalgias y reproches, la bisabuela dijo:
- Por favor, quiero encontrarlos a todos con las manos libres. En esta casa, hoy sólo se brinda con abrazos.
Fue así que padres e hijos, tíos, sobrinos, nietos y abuelos olvidaron cada dolor por un momento, mientras lo hacían descansar sobre otros hombros.
Y la mesa navideña volvió a ser lo que era:  un lugar para recordar y recordarnos el milagro de estar juntos, sosteniéndonos…

viernes, 3 de mayo de 2019


Otros puntos de vista

Cuando aquel monstruoso insecto se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un tal Gregorio Samsa.
Entonces intuyó que estaba por vivir una aventura que, con el tiempo, se transformaría en una misteriosa obra citada hasta el hartazgo en revistas literarias, monografías, papers académicos, libros de lectura para escritores principiantes, tratados de medicina, enciclopedias, historietas y periódicos.
Todavía algo aturdido, se acercó a la ventana como quien busca una razón para quedarse y se sorprendió al oír su propio grito.  Comprobó con espanto que ya no era capaz de percibir la multiplicidad de imágenes que solía atrapar, en su vida anterior, con sus antiguos ojos facetados de artrópodo.
En adelante, debería  conformarse con fijar su limitada y flamante vista de hombre recién nacido,  en un único punto cada vez. 
-¡Qué aburridos y necios son los seres humanos!, exclamó, cubriéndose la cabeza con las sábanas.
Desde aquella mañana, dicen los que saben (y yo no me animo a contradecirlos), que nunca más hizo falta escalar montañas, atravesar la selva, viajar en globo, naufragar, perderse en una isla desierta o luchar contra piratas y dragones para sentirse un aventurero auténtico.
Bastaba con ir a visitar a don Gregorio -quien, dicho sea de paso, hizo de su desgracia un buen negocio- un día a la semana o muy de vez en cuando, según la necesidad de adrenalina de cada uno.  Y a cambio de un puñado de monedas, escuchar con atención sus historias acerca de aquel mundo multidimensional, infinito, complejo, que había conocido antes de ser quien era…