Modos de evitar el desamparo
Silvia Gabriela Vázquez
La doctora Consuelo no ha dejado
de hacer guardias en terapia intensiva desde el inicio de la cuarentena. Cada
vez que alguien le pregunta (casi en tono de reproche), cómo es posible que una
médica no se canse, o insiste en averiguar si no está asustada, ella deja que sea
su sonrisa quien responda. Tal vez
porque sí siente cansancio -e incluso un temor que lo supera- pero sabe que quejarse
es el primer paso hacia la desesperanza y no está dispuesta a permitir que eso
ocurra. De todos modos hay algo que la angustia mucho más que el miedo, el
sueño o el dolor de toparse con la muerte disfrazada y con corona rondando por los
pasillos de la clínica…
Hace un mes empezó a recordar, con
nostalgia, la textura de esa chaqueta de gamuza marrón que su madre usaba
cuando ella era pequeña. No se la había visto puesta desde hacía décadas, pero estaba
segura de que la guardaba en algún rincón del armario.
Por eso el domingo, cuando se
acercó hasta la puerta de su casa para entregarle unas medicinas, la sorprendió con su inédito pedido. Tal como había sospechado, doña Amparo conservaba
aquella prenda intacta en una percha.
Desde entonces, Consuelo la usa cada
noche al llegar a su monoambiente con el frío en los huesos; un frío que no
desaparece una vez que ha entrado o encendido la estufa. Sabe que con esa
chaqueta no está a la moda, pero algo indescriptible la sostiene apenas roza
sus hombros y esa sensación -para alguien que se siente a punto de caer tantas
veces al día- bien vale la pena. Sobre todo ahora, que ya lleva más de tres
semanas sin abrazos.