sábado, 7 de enero de 2017




Otra vez... Un cuento de Navidad
Un brindis por la gratitud

            La cena de Navidad prometía ser breve, pero ahora que los primeros platos se están vaciando, ha comenzado a tejerse un diálogo interesantísimo capaz de eternizar los últimos puñados de nueces, confituras y turrones.  De modo que no me molestaría si esta inesperada sobremesa familiar, a la que mi abuela ha sumado a dos o tres vecinos solitarios, se prolongara, incluso, hasta la hora del desayuno. 

            Como buena anfitriona, a medida que los nuevos invitados se acomodan en sus sillas, ella va colgando sus abrigos en las ramas añejas del árbol que luce erguido en el centro de la sala.  No se parece en absoluto al pino navideño que todo el mundo adorna el 8 de diciembre. Es, en cambio, un generoso sauco al que hemos recurrido desde siempre para curar la tos, combatir el insomnio y aliviar las migrañas o el dolor de garganta con el té de sus hojas.  
            Aquel arbusto, en el que mi madre y cada uno de mis tíos se han amparado durante su infancia, hoy se encapricha en extender sus raíces orgullosas más allá de los límites lógicos o ilógicos del comedor, elevando los pisos de las habitaciones, la biblioteca, el baño y la cocina. Esta noche sus ramilletes de flores casi rozan los platos, una verdadera extrañeza en época de nevada.
            Importunada por el ir y venir de las mariposas al ras de las copas ya servidas, la mayor de mis primas dispara, con fastidio, su pregunta:
              ¡Abuela! ¿Cuándo vas a quitarlo de aquí dentro?
            Nunca la oigo responder, mientras el aire le dibuja un silencio perfecto para que hilvane allí su auténtico deseo, su esperanza.
            Pues en otras navidades, cuando yo ya no esté, él habrá de recordarte cómo brindar el mejor refugio a quien alguna vez supo ayudarnos…
Silvia Gabriela Vázquez