Cuando pintes…
-No
te salgas del margen cuando pintes…
Eso decía su abuela en
voz muy baja para no despertar aquellas siestas que dormían los hombres de la
casa.
Se secaba las manos con
cuidado en el delantal viejo de flores amarillas (después de haber lavado la
vajilla) e intentaba ayudarla en la tarea.
-No
te salgas del margen cuando pintes…
Repetían sus tías entre
risas que acallaban cubriéndose la boca para no distraer de sus descansos a
quienes, por derecho, reposaban.
Ellas no. ¿Para qué? No
trabajaban afuera de esa casa que solían limpiar con tanto esmero en las horas
que les dejaban libres los hijos, la comida, las compras y la escuela, el
llanto del pequeño, la fiebre del mayor, las camisas planchadas colgadas en sus
perchas, ya guardados los útiles por tamaño o color.
Pero Frida no quiso
pintar dentro del margen. Y logró que
brotaran alas en sus pinceles, en su espalda y sus manos, para acercar la luna que
soñaban sus ojos, sin esperar que nadie la bajara por ella.
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