viernes, 3 de enero de 2020


El brindis de los abrazos
Cuando dieron las doce no brindó nadie. No porque no hubiera deseos ni ganas de chocar las copas o mirarse a los ojos, sino porque aquel año los había sorprendido una constelación de desilusiones inesperadas, dejándolos sin fuerzas, ni siquiera para elevar los brazos.
Es que un desencanto nunca es pequeño o sin importancia. A la decepción le crecen lágrimas cuando nadie las ve. Y a veces, alas, afortunadamente, para marcharse.
Intuyendo que la mesa se llenaría pronto de teléfonos, nostalgias y reproches, la bisabuela dijo:
- Por favor, quiero encontrarlos a todos con las manos libres. En esta casa, hoy sólo se brinda con abrazos.
Fue así que padres e hijos, tíos, sobrinos, nietos y abuelos olvidaron cada dolor por un momento, mientras lo hacían descansar sobre otros hombros.
Y la mesa navideña volvió a ser lo que era:  un lugar para recordar y recordarnos el milagro de estar juntos, sosteniéndonos…