El brindis de los abrazos
Cuando dieron las doce no brindó
nadie. No porque no hubiera deseos ni ganas de chocar las copas o mirarse a los
ojos, sino porque aquel año los había sorprendido una constelación de
desilusiones inesperadas, dejándolos sin fuerzas, ni siquiera para elevar los
brazos.
Es que un desencanto nunca es
pequeño o sin importancia. A la decepción le crecen lágrimas cuando nadie las
ve. Y a veces, alas, afortunadamente, para marcharse.
Intuyendo que la mesa se llenaría
pronto de teléfonos, nostalgias y reproches, la bisabuela dijo:
- Por favor, quiero encontrarlos a todos con las manos libres. En esta casa,
hoy sólo se brinda con abrazos.
Fue así que padres e hijos, tíos,
sobrinos, nietos y abuelos olvidaron cada dolor por un momento, mientras lo
hacían descansar sobre otros hombros.
Y la mesa navideña volvió a ser
lo que era: un lugar para recordar y
recordarnos el milagro de estar juntos, sosteniéndonos…