jueves, 8 de noviembre de 2018

La pregunta

“Si no fuera cobarde, sí, más fuerte,/ en un rayo pudiera por la boca/ expulsar este miedo a la muerte” (A. Gamoneda, 2003)

Hoy es 2 de noviembre y, en México, la muerte anda hablando en voz alta como un amigo íntimo que no tiene temor a que lo juzguen. La soledad, su cómplice, permanece casi inmóvil escuchándola, pensando qué decir cuando llegue su turno.  Y Luis, que -como cualquiera de nosotros- conoce muy poco sobre la primera, y de la segunda, muchísimo más de lo que quisiera, no podrá decidir a quién creerle.

Él vive en Buenos Aires, con un gato, dos perros y una desilusión antigua siempre a cuestas. Y dado que no hubo, en noventa y dos años, nadie que le enseñara a entender las ausencias de esta otra manera, busca aprenderlo ahora, observando.

Tal vez por eso mira, absorto en la pantalla, cómo entregan ofrendas y entonan melodías las alegres familias mexicanas que el noticiero muestra.

-No parece tan malo… dejar deshabitado… el cuerpo que padece el embate impiadoso de la edad,  balbucea, como si recitara.  Entonces se le ocurre acudir al azar.

Deshoja margaritas y con ellas, acaso, despelleja su suerte, desata sus terrores, los conjura.  Todo en un único gesto, el de la mano pálida quitándole lo blanco a esa flor que lo espera en la maceta y le obsequia su centro de perfume amarillo.

-¿Yo me voy o me quedo?, le pregunta.  Como si estar aquí le interesara menos que encontrar esa respuesta de inmediato, como si precisara una palabra exacta de tres o cuatro sílabas para ver completado un crucigrama.

Es que -a diferencia de sus compañeros frágiles y añosos- le teme a muchos desenlaces, pero no a la muerte. Al hambre, a la injusticia, a la duda insistente, a la certeza necia, a la mentira. A los fantasmas no. Sabe que existen. Comprende que algún día él va a ser uno de ellos. Eso lo tranquiliza y hace que los espere con la mesa servida, el mantel impecable, sin arrugas, los tres últimos pétalos a punto de indicarle su destino…

Y de pronto el olvido: ese maldito mal (la enfermedad de Alzheimer), que le diagnosticaron cuando estaba aún a tiempo de recordar cuál era la sentencia reciente de su voz temblorosa:

-¿Qué fue lo que yo dije? –interroga a la flor que, entre sus dedos, no hace otra cosa que ignorar su urgencia.

-¿Qué habré dicho en el pétalo anterior? ¿Me voy?¿O me quedo?  

                                                                                                      Silvia Gabriela Vázquez

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